En mayo de 1853, coincidiendo con su
cuarenta cumpleaños, Richard Wagner dirige un concierto en Zurich en el que
interpreta fragmentos de algunas de sus obras. Al final, la sala estalla en
aclamaciones, y él escribe a su amigo Franz Liszt diciéndole que había puesto
toda la fiesta a los pies de una bella mujer. Esa mujer es Mathilde Wesendonck,
la esposa de su mecenas Otto Wesendonck, un acaudalado y refinado comerciante
de sedas alemán.
Hace nada menos que cinco años que Wagner
no compone una sola nota, y de repente la cosa cambia. Mathilde se convierte en
su musa y él abandona bruscamente su desierto musical, y en los siete u ocho
años siguiente, inspirado por ella, lleva a cabo lo esencial de su obra: El oro del Rhin, La Walkiria, Sigfrido, y
sobre todo Tristán e Isolda, una obra
de arte excepcional, en la que buscando la forma de expresar el obsesivo y
ansioso amor de Tristán e Isolda, es decir, de Richard y Mathilde, Wagner crea
una revolucionaria síntesis de sonido que rompe con todo lo establecido en
cuestiones de armonía y tonalidad, y marca el inicio de la música moderna.
Finalmente,
Minna Planer, la esposa de Wagner, intercepta una de sus cartas de amor a
Mathilde y pone la situación patas arriba, y al no querer Mathilde separarse de
su marido, los amantes acaban alejándose.
Posteriormente,
Wagner se casaría con Cosima Liszt, hija de Franz Liszt y veinticuatro años más
joven que él. Y Mathilde escribió, años después, algunas obras de teatro de
menor interés literario que autobiográfico, en las que aparece siempre el mismo
tipo de mujer: una mujer descontenta, solitaria, incomprendida, desgarrada
entre la pasión amorosa y el deber; una mujer que se entrega al supremo
sacrificio de renunciar al amor imposible con el fin de cumplir con su destino
de esposa y madre. Y también escribió algunos cuentos, y en uno de ellos
describe claramente su tentación de dejarlo todo por Wagner y la verdadera
razón de su renuncia. Esa razón (suponiendo que el cuento sea en ese punto
expresión de sus verdaderos sentimientos, y no una autojustificación) fue la
compasión por los suyos. ©
Antón Rodicio 2017.
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