lunes, 26 de agosto de 2024

Traduciendo a Leopardi

Como ninguna de las traducciones que encontré del famoso poema de Leopardi “El infinito” me parecieron lo suficientemente rítmicas (característica que, junto con el contenido, es para mí primordial en la poesía) me animé a hacer yo una. Creo haber respetado prácticamente verso a verso el contenido hasta el penúltimo de ellos. El último es más libre, pero no me parece que haya traicionado su sentido.

Mi limitado conocimiento del idioma original (italiano) no ha sido un hándicap excesivamente grande gracias a que tuve a mi disposición el artículo “L’infinito de Leopardi: evolución histórica de su traducción al castellano”, de Pedro Luis Ladrón de Guevara Mellado, el cual me resolvió todas las dudas en lo referente al sentido de cada palabra, cada expresión y cada verso. 

Copio a continuación la traducción, seguida del original italiano.





miércoles, 21 de agosto de 2024

“Farewell”, video en el pabellón de Alemania de la Bienal de Venecia 2024

En el pabellón de Alemania de la Bienal de Venecia de este año se expone, entre otras obras, un video de la artista israelí Yael Bartana titulado “Farewell” (“Despedida”, “Adiós”). Las imágenes y el sonido de ese video, allí en directo, me parecieron sublimes, y fue lo que más me impactó de lo que vi en la Bienal.

Lo que acompaña a estas letras es una grabación de un fragmento del video; grabación que tuvo sus complicaciones, porque fue a contraluz y porque hube de moverme frecuentemente mientras la realizaba, para evitar los visitantes del pabellón que pasaban por delante de la pantalla de proyección.

Contrariamente a las imágenes y el sonido del video, su contenido (es decir, lo que el video trata de contar) no tiene para mí ningún interés. De hecho, este es quizás el mejor ejemplo que conozco de una obra en la cual el "objeto” es muy superior al "concepto”.

Dicho en pocas palabras, el video muestra la despedida de la Tierra de un grupo indeterminado de seres humanos, que van a entrar en la «nave espacial generacional» que ahí se ve, para emprender un viaje con rumbo y duración también indeterminados –pero de siglos o de milenios, hacia «las galaxias»–, a fin de darle un respiro al planeta y que éste pueda intentar recomponerse sin que nosotros le estorbemos. Es decir, dada la situación ecológica próxima al colapso en la que el planeta se encuentra actualmente, y dado que si los humanos seguimos aquí, acabaremos destruyéndolo en términos biológicos en no mucho tiempo, abandonémoslo ahora para que tenga alguna posibilidad de recuperación.

En fin, una propuesta de huida (no soy capaz de verlo de otro modo) como solución a los enormes problemas ecológicos a los que actualmente nos enfrentamos… © Antón Rodicio 2024

miércoles, 7 de agosto de 2024

El subsuelo veneciano


En el subsuelo de Venecia está el esqueleto de un bosque muy antiguo. 

Lo dice Rilke –en traducción de Ferreiro Alemparte– en un poema escrito en 1908 y titulado “Otoño tardío en Venecia”:

«…Los vítreos palacios suenan más frágiles
en tu mirada. Y en los huertos pende
el verano, montón de marionetas
boca abajo, cansado y muerto.
Mas del antiguo bosque en esqueleto
sube el deseo: como si de noche
el general del mar doblar quisiera
las galeras en activo arsenal…».

¿Qué es ese «antiguo bosque en esqueleto», desde el cual sube el deseo? 

Sepultado en la oscuridad e incorrupto en su aislamiento, ese bosque es la base sobre la que se alzan todos los edificios de Venecia.

Venecia es un conjunto de más de cien pequeños islotes, separados por canales y unidos por puentes, en el centro de una laguna. Cuando en el siglo V los venecianos se vieron obligados a huir de tierra firme y se asentaron sobre estos islotes, encontraron que ni eran de roca ni aparecía roca excavando en ellos hasta una profundidad razonable. Era un suelo constituido por materiales arcillosos –poco más que barro– sobre el que no era posible cimentar edificación alguna. Solucionaron ese inconveniente utilizando pilotes de madera como cimentación. Millones de troncos, principalmente de robles, aunque también de pinos y otras coníferas, fueron traídos a lo largo de los siglos de los bosques del norte del Véneto y clavados verticalmente 7 metros y medio en el suelo a golpe de mazo, hasta llegar a apoyarlos abajo en un estrato resistente de caranto (arcilla compacta) que hay a esa profundidad. Sobre los troncos se ponía piedra impermeable, y sobre esa piedra, se levantaba el edificio.

Los pilotes, que están estrechamente apretados unos a otros, no se pudren debido a la falta de oxígeno, imprescindible para que puedan vivir los microbios que se alimentan de madera. Cuando el Campanile de la plaza de San Marcos se vino abajo en 1902, se descubrió que los pilotes sobre los que descansaba el monumento se conservaban en perfecto estado a pesar de llevar más de mil años enterrados. (El derrumbe del campanile, dicho sea de paso, no fue debido a un fallo en la cimentación, sino a que se había aumentado su altura varias veces –hasta llegar a rozar los 100 metros– sin reforzar los cimientos. En su reconstrucción se utilizó el mismo método y se conservó la altura, pero duplicando la superficie de los cimientos).

En la imagen adjunta aparece la veneciana iglesia de Santa María de la Salud, construida en el siglo XVII como ex voto de los venecianos a causa de la peste que en 1630 diezmó la población. En sus cimientos hay más de un millón de pilotes clavados en el suelo (1.106.657 pilotes, exactamente). © Antón Rodicio 2024