Decir que no hay Dios teniendo en la cabeza al Dios del que hablan las religiones (todas las religiones) es muy fácil: un Dios que va contra la lógica, es obvio que no puede existir: omnipotente y bueno es trivialmente incompatible con la existencia del mal (dolor, sufrimiento) en el mundo, cosa esta última que no admite duda.
Desechar a un Dios al que se identifica con las bestialidades cometidas a lo largo de la historia por quienes decían (y siguen diciendo) hablar en su nombre, es muy fácil (y justifica sobradamente la visceralidad implícita o explícita que exhiben a veces quienes se dicen ateos).
Ahora bien, si dejamos de hablar de Dioses infantiles (¿puede acaso ser otra cosa algo de lo que se predica la omnipotencia?) y dejamos de lado a todas las religiones y empezamos a hablar de cosas serias, ¿cómo desechas al otro que siempre va contigo? ¿Cómo desechas al que pugna desde lo más profundo de ti por asomarse al mundo real? ¿Cómo desechas a lo que insufla fuego a las ecuaciones para conjurar, a partir del mundo matemático, el mundo real y todos los demás mundos?
¿Que debería usarse otra palabra? Puede ser, pero eso implicaría dejarle la “administración de Dios” a quienes siempre lo han administrado mal. © Antón Rodicio 2023