domingo, 21 de febrero de 2016

Bronwyn

Un día del verano de 1966, Juan Eduardo Cirlot, poeta, crítico de arte, mitólogo y músico, conocido sobre todo por su "Diccionario de símbolos", vio en un cine de Barcelona salir de las aguas de un pantano a una muchacha celta del año mil, llamada Bronwyn. Unos meses más tarde, vio en otra película (la versión rusa de "Hamlet") a Ofelia muerta entre dos aguas, y de repente se acordó de la Bronwyn, que salía «de las mismas aguas y con las mismas flores». El impacto de la conjunción de las dos imágenes le produjo una conmoción interior que le llevó a dedicar a Bronwyn, «la que renace de las aguas», nada menos que dieciséis libros de poemas y varios artículos en los cinco años siguientes.

En la imaginación de Cirlot, Bronwyn sale del agua para hacer con su señor feudal lo que Hamlet hizo con Ofelia: mientras que Ofelia, rechazada por Hamlet, enloquece y se ahoga en las aguas de un río, Bronwyn sale de esas mismas aguas para que el señor feudal se enamore de ella y acabe perdiendo, por ese motivo, su feudo y su vida. Y dice Cirlot, conmovido, que cuando vio a Bronwyn emergiendo del pantano, «sintió que era Ofelia que volvía, y él hubiera querido ser Hamlet para pedirle perdón».

El rechazo de Hamlet a Ofelia, perturbaba fuertemente, sin duda, al mitólogo barcelonés. Consideraba que era uno de los actos más extraños realizados por un ser humano en la historia literaria, y sólo consiguió explicárselo interpretando (ver Cirlot, "Diccionario de símbolos", voz "Hamlet") el drama de Shakespeare como un mito gnóstico, según el cual la naturaleza arcangélica de Hamlet le conduce a negar a Ofelia, que es la madre misma, la materia, dentro de un mundo maldito a causa del demiurgo, el usurpador del poder del verdadero rey, el Padre.

Uno puede no estar de acuerdo con las ideas de Cirlot (yo, de hecho, no lo estoy en absoluto con esta interpretación, y en un escrito titulado «Hamlet: un hombre devorado por su madre», delineo otra que me parece más apropiada), pero difícilmente podrá no coincidir con una pregunta que al final del prólogo de "Confidencias literarias", selección de alguno de sus textos sobre creación poética, se hace Victoria Cirlot, su hija: «¿Pero  qué tuvo que padecer Cirlot para escribir una poesía como el "Ciclo Bronwyn"?». © Antón Rodicio 2016.

[En la imagen, Bronwyn (Rosemary Forsyth) emerge de las aguas en la película a la que se alude en el texto: "El señor de la guerra" (1965), de Franklin Schaffner].

jueves, 11 de febrero de 2016

De la soledad existencial

Llega un momento en la vida (suele ocurrir en torno a los cuarenta años, por decir una cifra redonda, pero a veces mucho antes) en que uno descubre lo que es la soledad. No importa que uno tenga una buena relación de pareja, tenga hijos, amigos y un buen entorno de trabajo; nada va a eximirle del encuentro con la soledad existencial. Y cuando ese encuentro se produce, caben dos alternativas: escapar o empezar a tratar con uno mismo: con el alma, con el sentido de la vida, con las cosas del espíritu. Dicho de otra manera, mantener el tabú de la muerte (que es el mayor de los tabúes del mundo actual) o abrirse a ella. Si uno escapa (y las creencias, las religiones organizadas, los gurúes y todo ese circo no son sino formas de escapar), la vida, en el sentido auténtico del término, se acaba ahí; puede que la tumba aún esté a décadas de distancia, pero lo único que puede seguir a partir del escape es futilidad, frivolidad, superficialidad, insustancialidad, vacío. La segunda mitad de la vida es en gran medida de preparación para la muerte. Es un camino con espinas, pero sólo por él se puede vivir una vida auténtica. © Antón Rodicio 2016.