jueves, 11 de febrero de 2016
De la soledad existencial
Llega un momento en la vida (suele ocurrir en torno a los cuarenta años, por decir una cifra redonda, pero a veces mucho antes) en que uno descubre lo que es la soledad. No importa que uno tenga una buena relación de pareja, tenga hijos, amigos y un buen entorno de trabajo; nada va a eximirle del encuentro con la soledad existencial. Y cuando ese encuentro se produce, caben dos alternativas: escapar o empezar a tratar con uno mismo: con el alma, con el sentido de la vida, con las cosas del espíritu. Dicho de otra manera, mantener el tabú de la muerte (que es el mayor de los tabúes del mundo actual) o abrirse a ella. Si uno escapa (y las creencias, las religiones organizadas, los gurúes y todo ese circo no son sino formas de escapar), la vida, en el sentido auténtico del término, se acaba ahí; puede que la tumba aún esté a décadas de distancia, pero lo único que puede seguir a partir del escape es futilidad, frivolidad, superficialidad, insustancialidad, vacío. La segunda mitad de la vida es en gran medida de preparación para la muerte. Es un camino con espinas, pero sólo por él se puede vivir una vida auténtica. © Antón Rodicio 2016.
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