«¡Qué descansada vida
la que huye del mundanal ruido,
y sigue la escondida
senda, por la que han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido».
Así comienza la famosa “Oda a la vida retirada”, de Fray
Luis de León, un poema en el que se ensalza como verdadera sabiduría el retiro
a la naturaleza, dejando atrás el mundo urbano y los afanes de poder, riqueza,
fama y alabanzas a él asociados.
Y de este otro modo comienza otro poema, también sobre el
tema del retiro, el cual, pese a ser menos conocido tanto él como su autor,
para mí tiene mucha mayor profundidad:
«Fabio, las esperanzas cortesanas
prisiones son do el ambicioso muere
y donde al más activo nacen canas».
Se trata de la “Epístola moral a Fabio”, del capitán del
ejército español Andrés Fernández de Andrada, nacido en Sevilla en 1575 y
muerto en Méjico en 1648.
¿Por qué digo que este poema tiene mucha mayor
profundidad que el de Fray Luis? Entre otras cosas, porque el primero se
refiere casi íntegramente al cambio exterior, mientras que el segundo trata
fundamentalmente del cambio interior, de la transformación psicológica del
sujeto que se retira, lo cual es, evidentemente, la clave del asunto, pues de
nada le serviría cambiar de ubicación geográfica si no se desprendiese del
fardo interior.
De esta transformación se habla prácticamente en todas
partes de la Epístola, pero yo resaltaré dos. El vigésimo terceto, dice:
«Iguala con la vida el pensamiento,
y no le pasarás de hoy a mañana,
ni aún quizá de un momento a otro momento»,
y su contenido es el mismo que la sabiduría del “I Ching”
expresa de la siguiente manera (versión de Richard Wilhelm, hexagrama 52):
«El corazón piensa constantemente. Eso no puede cambiarse.
Empero, los movimientos del corazón, vale decir, los pensamientos, han de
limitarse a la situación actual de la vida. Todo pensar que trasciende el
momento dado tan sólo hiere al corazón».
Por otra parte, los tercetos vigésimo octavo y vigésimo
noveno, expresan:
«¡Oh, si acabase, viendo como muero,
de aprender a morir, antes que llegue
aquel forzoso término postrero;
antes que aquesta mies inútil siegue
de la severa muerte dura mano,
y a la común materia se la entregue!»,
y esto es lo mismo que ha enfatizado la filosofía perenne
de todos los tiempos, a saber, que lo decisivo es morir mientras dura la vida:
morir continuamente para la acumulación psicológica, para el «yo soy» y el «yo
quiero». Si eso sucede, entonces la muerte que tiene lugar al final de la vida,
no tiene la menor importancia. © Antón Rodicio
2015.
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