viernes, 4 de marzo de 2011

De los límites del genio

Una parte de la fama del cuadro de Andrea Verrocchio “El bautismo de Cristo”, que se conserva en la Galleria degli Uffizi de Florencia,
se debe al hecho de que en él está el primer trabajo importante de Leonardo da Vinci en pintura. Leonardo era aprendiz en el taller de Verrocchio y pintó una parte del cuadro, concretamente uno de los dos ángeles (el de la izquierda) y el paisaje del fondo. Hay quien considera que el ángel de Leonardo es muy superior (palabra siempre odiosa relacionada con el arte) a su compañero de Verrocchio: por ser más dinámico, más elegante, por los drapeados de su vestimenta… Puede ser, pero no quiero detenerme en los ángeles, sino hablar del cuadro entero. Porque a mí la parte pintada por Verrocchio, y en particular la imagen de San Juan Bautista, me parece extraordinaria: ese cuerpo tallado a cincel, esas extremidades que son músculo sobre hueso, esa fuerza interior arrolladora, ese huracán al lado del cual Cristo no parece más que un tímido adolescente, ese rostro labrado en piedra en el que hay algo tan cercano a la terribilitá de Miguel Ángel… Muchos años después de este cuadro, cuando ya estaba lejos de la etapa de aprendiz, Leonardo pintó también un “San Juan Bautista”, que está ahora en el Museo del Louvre de París
y que, sin menoscabo de su valor artístico, no deja de ser la representación de un amanerado, mientras que el de Verrocchio es, sin duda, el Jokanaan de la “Salomé” de Oscar Wilde y de la “Salomé” de Richard Strauss: un hombre sobre el cual ha soplado el aliento de Dios (y seguramente lo ha trastornado, como ocurre frecuentemente en estos casos, sobre todo cuando cursan con un fuerte ascetismo; pero esa es otra historia). © Antón Rodicio 2011.
[Las imágenes de esta entrada proceden, respectivamente, de
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/e/e8/Andrea_del_Verrocchio_002.jpg
y de
http://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/3/39/Leonardo_da_Vinci_025.jpg]

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