Mujeres capaces de predecir el futuro aparecen en las tradiciones de muchos pueblos, pero pocas gozaron en la antigüedad de tanta fama como esta. Cuenta Ovidio en "Las Metamorfosis" que siendo joven y hermosa, Apolo, con el fin de conseguir sus favores, le ofreció cualquier cosa que desease. Ella, señalándole la playa, le pidió vivir tantos años cuantos granos de arena allí hubiese. El dios se lo concedió. Pero ni eso fue suficiente para que ella se mostrase dispuesta a entregarle su virginidad. Apolo entonces se enfureció y le dijo que había pedido y obtenido alargar el tiempo de su vida, pero no el de su juventud. Viviría, pues, por siglos, pero conocería como los demás mortales la vejez y la decrepitud, de modo que su cuerpo, ahora bello y lozano, se iría arrugando y encogiendo hasta quedar convertido en una piltrafa.
Tiempo después, ya anciana, según relata Virgilio en el libro sexto de la "Eneida", guió a Eneas al inframundo para que allí le fuesen mostradas las generaciones de ilustres romanos que constituirían su posteridad. Y mucho más tarde, refiere Petronio en el "Satiricón", estaba ya tan vieja y su cuerpo se había encogido de tal modo, que habían tenido que meterla, a fin de que no se perdiera, dentro de una pequeña redoma, y cuando los niños se le acercaban jugando y le preguntaban: «Sibila, ¿qué quieres?», su única respuesta era: «¡Quiero morir!, ¡quiero morir!». © Antón Rodicio 2019.
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