sábado, 1 de noviembre de 2025

Entrando al otro lado

A la salida el túnel –vi claramente en el suelo el punto en que éste terminaba y empezaba aquello de lo que sólo con gran dificultad se puede hablar– nada se parecía a nada que yo, por mis vastas lecturas previas, hubiese podido imaginar. No había luz brillante, ningún conocido me esperaba y, sobre todo, mi guía no estaba. Tan sólo una amplísima extensión indefinidamente ancha que se perdía hacia el fondo en tonos marrones profundos, entre caoba y chocolate, pero sin ninguna connotación de oscuridad. Toda aquella extensión tenía techo, por llamarlo de alguna manera, y no excesivamente alto; pero en modo alguno resultaba agobiante. La característica principal era la inmensa amplitud y aquel marrón saturado y enigmático.

Después de un tiempo –esta palabra, referida a aquel ámbito, hay que usarla con mucho cuidado– esperando sin que sucediera nada, me pareció vislumbrar en la lejanía, en el límite de mi vista hacia el frente, algo de color marrón más claro que parecía moverse sobre el fondo achocolatado. Pensé que acaso fuese mi guía, que al fin viniese a recibirme, pero la presencia no se concretó. Aguardé un poco más, y al ver que nada sucedía, acabé acercándome a un fragmento de construcción del que emanaba una tenue luz amarilla, situado hacia el interior, en las proximidades de la entrada.

Había arcos y bóvedas sobre columnas no muy altas, y aunque era un fragmento, no se trataba de ruinas. Seguí esperando en una esquina bajo los arcos. Se estaba bien allí, pero para mí era muy extraño lo que pasaba. Empecé a sospechar que él me había reservado a propósito un recibimiento poco convencional, para desmantelar mis ideas previas y dejarme en disposición de percibir sin distorsiones, pese al vasto bagaje de lecturas que arrastraba.

No fui consciente del momento exacto en que se acercó a mí, ni de la dirección en que llegó. Tal vez sí era aquello marrón claro que había visto en la lejanía, y de allí procedía. Sólo sé que me vi arropado por un pliegue de una capa marrón que llevaba puesta alguien que abultaba más que yo y que caminaba pegado a mi derecha completamente tapado. Aunque se estaba bien a su lado, en un primer momento no percibí que fuese una entidad, un ser; no sentí que fuese un alma. La dirección de nuestros pasos era hacia el interior, hacia aquel fondo lejano en el que había vislumbrado el marrón claro.

Cuando empecé a sentirlo como un alma, quise comunicarme con él, quise preguntarle, pero no sabía cómo. No parecía tener rasgos ni era de ningún modo que, pese a mis vastas lecturas –o quizá limitado por ellas–, yo hubiese podido esperar. Hasta que de pronto, cuando ya mis ansias de saber se desbordaban, ocurrió algo singular: la capa se abrió, dejando de arroparme, y dentro no había nadie. Mas no tuve tiempo de extrañarme. Inflándose y ahuecándose como la vela –inmensa– de un barco, aumentó desmesuradamente su tamaño, expandiéndose hasta ocupar una gran porción del espacio que nos rodeaba –y que ahora no parecía tener techo–, fundiéndose con él de alguna manera. Y yo seguí allí, frente a la parte baja de la capa y mirando hacia arriba, completamente desorientado ante lo que estaba pasando.

Esa capa, siempre marrón, tenía ahora forma de un gran rectángulo, terminado por cada lado en puntas cortadas en bisel que recordaban manos. Seguidamente, esas puntas se cerraron en torno a mí, rodeándome en algo que no llegó a ser un abrazo porque esos enormes brazos no se estrecharon lo suficiente como para tocarme. Y yo quedé, muy pequeño, entre ellos, como si estuviera en el interior de un amplio cilindro vertical. No pude menos que decirme que mi guía era pura geometría: una forma geométrica cambiante y ondulante.

Intenté pedirle que se comunicase conmigo, de modo verbal, de modo telepático o de cualquier otra forma en que yo pudiese entenderlo con claridad, y no de esa simbólica manera que acaso estuviese utilizando y que yo no comprendía. El primer mensaje que de él recibí fue: «Ya estás en el lugar en el que querías estar». Y, efectivamente, en los días previos había aumentado mucho mi curiosidad y mi interés, y estaba deseando que llegase el momento de realizar ese tránsito que ahora comenzaba de un modo tan extraño.

La comunicación, no obstante, seguía resistiéndose a fluir. Y lo que sobrevino a continuación fue una nueva manifestación geométrica. El cilindro en cuyo interior me encontraba, se transformó en una esfera, al cerrarse por arriba en forma de cúpula y redondearse también por los laterales. Y yo permanecía allí, en el interior de esa estructura que el guía era.

En ese momento, extrañándome que él apareciese de marrón, se me pasó por la cabeza averiguar cuál era mi color. Y cuando, después de vencer ciertas resistencias internas, al fin accedí a mirarme, lo que vi fue tan raro, en relación con lo que esperaba ver, como todo lo demás que me estaba ocurriendo. En lugar de un sólo color, más o menos uniforme, percibí tres; tres áreas de luz, diferenciadas y de forma y tamaño semejantes. Una era amarilla, otra azul claro, y la tercera, de un violeta claro moteado de granate.

El guía finalmente, y mientras penetrábamos ya resueltamente hacia el interior de aquel mundo, accedió a una más fluida comunicación telepática. Y para empezar, me corroboró algo que yo bien sabía: que mi presente vida no es una vida fácil. Vista desde fuera, sí, pero el problema –señaló– son las divisiones que hay dentro.

Luego añadió que, a pesar de la dificultad, hasta el momento la estoy llevando bastante bien, es decir, alcanzando los objetivos allí delineados antes de comenzar. Y prosiguió comentando con cierto detenimiento algunos aspectos de mi pasado.

Después permaneció callado durante un buen rato, mientras nos adentrábamos más y más. Hasta que cuando ya nos acercábamos a otro ámbito dentro de aquel mundo, él me dirigió de pronto unas frases que no se referían al pasado, sino al futuro. Unas frases de gran calado, expresando algo que era consejo, itinerario y hoja de ruta para lo que me faltaba por vivir, y que entroncarían con lo que –hablando específicamente sobre mi obra actual– me dirían después los Sabios:

«Que tu vida sea una vida para el mundo. Estás libre del temor a la muerte. Has vivido una parte significativa de tu vida. Lo que queda ahora, intenta que sea para el mundo. Tú ya no eres importante». © Antón Rodicio 2025 

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