La obra de arte sabe bien lo que
quiere contener, y si ha de ser auténtica (y de lo contrario no será una obra
de arte) contendrá eso y no otra cosa. Y para conseguirlo torturará a su
artífice todo lo que sea necesario hasta que deje de intentar ponerle patas a
la serpiente, hasta que se aparte a sí mismo y sus pretensiones y escuche,
hasta que deje sitio a ese contenido que quiere aflorar al mundo visible a
través de él. © Antón Rodicio 2013.
domingo, 8 de septiembre de 2013
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