domingo, 5 de noviembre de 2017

Wagner y su musa

En mayo de 1853, coincidiendo con su cuarenta cumpleaños, Richard Wagner dirige un concierto en Zurich en el que interpreta fragmentos de algunas de sus obras. Al final, la sala estalla en aclamaciones, y él escribe a su amigo Franz Liszt diciéndole que había puesto toda la fiesta a los pies de una bella mujer. Esa mujer es Mathilde Wesendonck, la esposa de su mecenas Otto Wesendonck, un acaudalado y refinado comerciante de sedas alemán.

Hace nada menos que cinco años que Wagner no compone una sola nota, y de repente la cosa cambia. Mathilde se convierte en su musa y él abandona bruscamente su desierto musical, y en los siete u ocho años siguiente, inspirado por ella, lleva a cabo lo esencial de su obra: El oro del Rhin, La Walkiria, Sigfrido, y sobre todo Tristán e Isolda, una obra de arte excepcional, en la que buscando la forma de expresar el obsesivo y ansioso amor de Tristán e Isolda, es decir, de Richard y Mathilde, Wagner crea una revolucionaria síntesis de sonido que rompe con todo lo establecido en cuestiones de armonía y tonalidad, y marca el inicio de la música moderna.

Finalmente, Minna Planer, la esposa de Wagner, intercepta una de sus cartas de amor a Mathilde y pone la situación patas arriba, y al no querer Mathilde separarse de su marido, los amantes acaban alejándose.

Posteriormente, Wagner se casaría con Cosima Liszt, hija de Franz Liszt y veinticuatro años más joven que él. Y Mathilde escribió, años después, algunas obras de teatro de menor interés literario que autobiográfico, en las que aparece siempre el mismo tipo de mujer: una mujer descontenta, solitaria, incomprendida, desgarrada entre la pasión amorosa y el deber; una mujer que se entrega al supremo sacrificio de renunciar al amor imposible con el fin de cumplir con su destino de esposa y madre. Y también escribió algunos cuentos, y en uno de ellos describe claramente su tentación de dejarlo todo por Wagner y la verdadera razón de su renuncia. Esa razón (suponiendo que el cuento sea en ese punto expresión de sus verdaderos sentimientos, y no una autojustificación) fue la compasión por los suyos. © Antón Rodicio 2017. 

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