Las luchas contra dragones y otros grandes reptiles, principalmente serpientes, es un asunto de honda raigambre en la imaginación occidental.
En la mitología griega, por ejemplo, Apolo mató a la serpiente Pitón y se hizo así con el templo de Delfos, donde tenía su sede el oráculo de la Tierra-Madre.
El simbolismo cristiano ve al dragón y a la serpiente como personificación de lo diabólico, y en particular de Lucifer, al que el arcángel Miguel venció y arrojó a las profundidades del infierno (siendo esta razón por la que se asocia al dragón con el elemento fuego, y por la que se lo representa escupiendo fuego). La lucha con el dragón es, por tanto, la lucha contra el mal, y su representación es un tema de largo recorrido en la pintura occidental. Un cuadro casi surrealista pintado por Uccello hacia 1470, que se exhibe en la National Gallery de Londres;
una pequeña pero magnífica tabla realizada por Rafael en 1504, que se conserva en el Louvre,
y una exuberante pintura de Rubens en el Museo del Prado, ejecutada hacia 1506,
son algunos de los pasos más famosos de este recorrido. La imaginería de todos ellos se basa en una leyenda que se repite con ligeras variaciones en las tradiciones populares de diversos países, y que fue incluida por Jacobo de la Vorágine en su “Leyenda dorada” a mediados del siglo XIII.
En esta versión, los hechos ocurren en la Capadocia (Turquía). Un dragón ha hecho su guarida en la fuente que abastece a una ciudad, y los ciudadanos deben apartarlo diariamente de allí para coger agua. Lo consiguen mediante la ofrenda de una víctima humana que se elige al azar entre los habitantes. Un día la seleccionada es la hija del rey. Cuando está a punto de ser devorada por el dragón aparece San Jorge, oficial romano de Capadocia, que se enfrenta al dragón, lo mata y salva a la princesa. Los agradecidos ciudadanos abandonan entonces el paganismo y abrazan el cristianismo.
En la psicología junguiana, la doncella que el caballero debe salvar del dragón, simboliza el “ánima”, elemento femenino en la psique masculina (lo que Goethe llamó “el Eterno Femenino”), y el dragón es con frecuencia “la madre” (o para decirlo con más exactitud, el complejo materno).
Dice Jung: «En los mitos el héroe es aquel que vence al dragón, no el que es devorado por éste. (…) El héroe tampoco es aquel que nunca se encontró con el dragón, o que lo vio y luego negó haberlo visto. Asimismo, sólo aquel que se ha arriesgado a luchar con el dragón y no es vencido, consigue el tesoro escondido, el “tesoro difícil de obtener”. Sólo él tiene el verdadero derecho a la confianza en sí mismo, pues ha enfrentado el fondo oscuro de su ser y ha ganado».
Esto dice Jung, y yo coincido en que las batallas contra los dragones son muy difíciles de librar, y en que hay dragones muy difíciles de vencer. Pero también digo que además del punto de vista de Jung, cabe otro, no opuesto a él, sino complementario, que me parece muy pertinente para esta época nuestra que ha llevado hasta las últimas consecuencias el combate contra la Tierra-Madre que Apolo inició. En este otro punto de vista, la cuestión no es cómo vencer al dragón para arrebatarle el tesoro, sino cómo reconciliarse con el dragón para comprender que el tesoro siempre fue nuestro. (Evidentemente, nadie podrá reconciliarse con estos dragones si no ha vencido antes a algunos de los dragones de Jung.) © Antón Rodicio 2011.
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sábado, 21 de mayo de 2011
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