Si quisiéramos trazar la crónica de los seres humanos que mantuvieron una actividad intelectual, artística o política de alto nivel hasta edades avanzadas, no deberíamos olvidarnos de Konrad Adenauer, que fue elegido canciller de la República Federal de Alemania en 1949, cuando tenía setenta y tres años, y reelegido en dos ocasiones, desempeñando el cargo durante catorce años consecutivos, en los cuales tuvo lugar el llamado milagro económico alemán.
Tampoco deberíamos olvidarnos de Carl Jung, uno de los padres de la psicología moderna, que finalizó la que acaso sea su obra capital, “Mysterium Coniunctionis”, pasados los ochenta años, y continuó produciendo escritos importantes hasta su muerte en 1961, a los ochenta y siete.
También habríamos de tener en cuenta a Tiziano Vecelio, una de las cumbres de la pintura universal, cuyas obras más conmovedoras son las que creó a partir de los setenta y cinco años, y a quien la muerte sorprendió poco antes de cumplir los cien, cuando estaba inmerso en la ejecución de un cuadro de nada menos que tres metros y medio de largo por casi cuatro de alto.
A estos tres y a muchos otros deberíamos tener en cuenta: Ingmar Bergman, Ernst Jünger, Pablo Picasso, Wiston Churchill, Bertrand Russell, Giuseppe Verdi, Louise Bourgeois…
Pero a quien yo pondría en el lugar de honor es al legendario Dux veneciano Enrico Dandolo, que a pesar de ser elegido para el más alto cargo oficial de su República a los ochenta y cinco años y estar casi ciego, consiguió, gracias a su tremenda energía física y mental, su ambición y su capacidad de intriga política, sentar las bases del poder político y comercial de Venecia sobre el Mediterráneo oriental. Su mayor hazaña y la clave de su éxito aparece referida en unas cuantas páginas del tercer volumen de la “Historia de las cruzadas” de Steven Runciman. Comenzó a tomar forma en 1202, en el décimo año de su mandato, cuando consiguió utilizar para sus propósitos un gran ejército constituido para fines radicalmente distintos. Importándole bien poco la excomunión papal, se las arregló para desviar la Cuarta Cruzada de su objetivo original de la lucha contra el Islam, dirigiéndola hacia la conquista de territorios cristianos que estorbaban los planes de expansión venecianos. Primero cayó la ciudad de Zara, perteneciente al reino de Hungría, y diecisiete meses más tarde, nada menos que Constantinopla, la capital del Imperio Bizantino, cuya operación de asalto a las murallas fue dirigida a pie de obra por el propio Dandolo, con noventa y siete años y su ceguera casi total, el 12 de abril de 1204. La Enciclopedia Católica afirma erróneamente que luego de esta victoria los barones le ofrecieron la corona imperial y él la rechazó, pero lo cierto fue que los venecianos se quedaron con las tres octavas partes de Constantinopla y con todas las zonas del imperio que estimaron útiles para asegurar su supremacía marítima. Y esta fue la base sobre la que Venecia llegó a ser la ciudad de ensueño que hoy conocemos. © Antón Rodicio 2011.
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