Lugares que no dejan de crecer en el recuerdo, ni de enriquecerse en la imaginación, ni de expandirse en el corazón. Lugares que, visitados una vez, no dejan de pedir el retorno, hasta llevarnos de vuelta a ellos en muchas ocasiones. Lugares que se meten hasta tal punto en el alma, que si uno fuese dado a creer en reencarnaciones, no le quedaría más remedio que preguntarse cuántas veces habría vivido en ellos en vidas anteriores.
Diseminados por la geografía del románico español yo tengo un puñado de sitios así. Parajes en plena naturaleza, deshabitados, con construcciones antiguas en mejor o peor estado. Parajes con leyendas e historia escrita. Remansos de paz, de quietud y silencio, con fácil conexión a la eternidad.
Uno de los más cercanos y de los más queridos se halla en el antiguo bosque de Merilán, bajo el monte Barone, o Baron, o Barosi, o Meta, que de todas estas formas se le llama en los documentos del siglo X al que hoy se conoce como Cabeza de la Meda, elevado vigía del cañón y la ribera sagrada del Sil, entre las provincias de Lugo y Orense.
Santa Cristina de Ribas de Sil, en tierras de rezos y castaños, de centeno y granito, de románico y viñedos en bancales.


